lunes, 25 de enero de 2010

Lunes 25/1/10, 17:40

Dispongo la pila de hojas en la mesa del bar (29, a espacio y medio). Paladeando el ritual, avanzo sobre el texto manchándolo de azul, anotando sobre el margen las correcciones: errores tipográficos, de puntuación, la imputación de alguna palabra, de una oración, propuestas para mejorar algún párrafo, enroques, tachaduras, etcétera. Acostada sobre el dorso, mancillada de azul, cada hoja corregida del capítulo va engrosando una nueva pilita. Privada del altruismo y la malicia con que edito textos ajenos (donde uno actúa como un medium que con mínimas intervenciones da a cada párrafo su mejor forma, al tiempo que desnuda la incapacidad del otro), la operación no está exenta de satisfacción: como arrancarse cascaritas, o desflecar la piel que ha quemado el sol; actividades que prodigan cierto placer aún cuando sea uno mismo el objeto del ultraje.