viernes, 29 de enero de 2010

Viernes 29/1/10, 16:04

P. me devuelve el capítulo corregido con control de cambios. Con elegancia, sutileza y –lo sé- mucho de malicia, elimina 14 “señala” del texto. Si no los hubiera dejado adrede me habría destrozado (cambiarlos por algún sucedáneo –“advierte”, “sostiene”, “apunta”- no haría sino gritar la palabra escamoteada, desnudar que no encontré una construcción más decorosa para introducir lo que dicen otros). P. también me anuncia que ha comprado un libro sobre la muerte en la contemporaneidad, y me apunta algún otro. Como la cosecha de mujeres, la revisión bibliográfica (que pretendió agotar ese capítulo) nunca se acaba. (En un aparte trato de recordar alguna estrofa. Tiro las redes y sólo consigo traer, no sin esfuerzo, una enumeración de elementos que se acaban, todos del reino vegetal, y que mi memoria confunde. Creo recordar tres, de una lista que sé más numerosa: mangos, tomates y ¿pepinos? Me recluyo en el baño e intento cantar la canción, acomodando las verduras en el lugar correcto. Malamente consigo acomodar los mangos y los tomates, que se acaban en sucesión. Los pepinos se resisten. Antes de arruinar el día de trabajo evoco una canción popular que me sé de corrido y que barre con todo, como una ola).